Ibagué, Tolima Colombia, 1992 |
Vi
la luz por vez primera, aún sin distinguir muy bien la entelequia que luego
llamaría colores, a los prematuros cinco días de 1992, desde ese momento he
crecido entre cantos que el sol abraza, mis rodillas aprendieron a sanar entre
las calles del barrio Villa Emilia un candoroso barriecito en ese pueblo
pequeño al norte de Ibagué conocido popularmente como el Salado. Allí entre el
calor del medio día y el olor a guayaba madura aprendí que la vida tenía un
particular ritmo, que se me antojaba digno de ser cantado.
Me
pasé la primaria en el Liceo Juan XXIII aprendiendo de memoria, recitando en
cuanta izada de bandera pude a Julio Flórez y a Barba Jacob, mi amor por lo
inefable crecía, aunque la carne sobre mis huesos no hiciera lo mismo.
En
el colegio San Simón empezó la incesante duda por el hombre, espina que aún no
se marcha de mi costado, más aún, hoy deseo que nunca se marche, allí las
precoces lecturas de Hesse y Bukowski, de Bakunin y de Sábato, empezaban a
perfilar en mi alma un hambre por servir a los otros, por ser aquel apuntador,
que lejos de describir o poseer el infinito, se limita a señalar lo inefable y
a reír burdamente, del torpe intento, del nuevo comienzo.
Luego del caótico paso por los estudios de Ingeniería, donde atraído por la comodidad del abstracto, libre como diría Sábato de las manchas carnales del hombre; aún me encuentro levantando la cabeza y encontrándome cada día entre hombres, aquí me encuentro, en el reino de la duda, soñando que otras realidades son posibles, escribiendo con actos la realidad que veo en versos, destilando en tinta mis encuentros con lo indecible, dándome cuenta que la seguridad está bien para los números, pero al hablar del alma del humano, no hay seguridad que abarque tan desmesurado etéreo.
Luego del caótico paso por los estudios de Ingeniería, donde atraído por la comodidad del abstracto, libre como diría Sábato de las manchas carnales del hombre; aún me encuentro levantando la cabeza y encontrándome cada día entre hombres, aquí me encuentro, en el reino de la duda, soñando que otras realidades son posibles, escribiendo con actos la realidad que veo en versos, destilando en tinta mis encuentros con lo indecible, dándome cuenta que la seguridad está bien para los números, pero al hablar del alma del humano, no hay seguridad que abarque tan desmesurado etéreo.