Presentación Libro "Letras de Cambio"

Obra pictórica de león de Jesús Pereañez, 
cuya imagen  recrea el libro 
 "Letras de Cambio"
La costumbre, autoriza que las presentaciones de los libros designen a un tercero como mediador, expositor o presentador de los ejercicios que el poeta ha perpetrado y antologado en la reserva de su proceso estético.
Hoy ha querido, digamos el azar, en forma de tímida y explicativa disculpa, que el sujeto poético y el yo empírico, que han preocupado tanto desde el Simbolismo, debatan sus veleidosas y vanas posturas entre estas huestes de fragmentadas sílabas, silencios graves, y pausas medianeras, con las que pretendo abrirme paso, arrebatando una voz que me sea dada, en procura menos de una civil y objetiva presentación de estas “Letras de Cambio”, pues ellas mismas no son lo que promulgan; como sí de la celebración, legítima, de este objeto – libro; objeto que previamente comprobada su reciente existencia, maravillosamente, no se hallaba antes sobre el universo; y que una vez allí, me confiere el atributo definitorio de los dioses: el de la creación.
Hubiese preferido, entonces, si ese atributo fuese certero, que estas letras de cambio, gozaran de un tono más ligero, sin pérdida de su substancial propósito; que inusuales ordenamientos de porciones del universo se me hubiesen conferido, ahora que es ese un destino deseable para el poeta, ahora que siempre lo ha sido; que nuevas compresencías de contrarios hubieran tenido su causal encuentro en aquellas páginas, y que las huidizas cosas disímiles , recomendadas en el Liceo, sobrevinieran de una audaz y serena intuición de la generosa y ventrílocua analogía.

Sin embargo, se trata tan solo de el conato poético de una letraherida, y de su intermediación de futuros versos, o de un desobjetivado material poético, no a la manera de quien nos procurara el aludido Golpe de Dados, sino en el ejercicio abnegado de palabras dispuestas en el molde del verso, que irreparablemente se resignan a no ser para sí, y en cambio ser en sí, una anunciación, un reflejo, el atisbo de una voz; una que sobrevendrá, o que sobrevino ya, pero que no ha sido aún enunciada, y a la que el universo desleído nos insta ,desde el principio de los tiempos, y cuyo mayor desatino nos colma de colosales intromisiones que se revierten en bucle .

“¿Reconociste alguna voz malograda en el peñasco? 
Alguien vendrá a cantar a través de esa antigua laringe”.
Hablo de esa voz, que no sea versión, que no esté vertida, que sea lectura y voz alta, y que acontezca en la modulación, ya no como ese primer lector que impunemente se oficia en la glosa del gran libro del mundo, que es el universo, sino en la procura de una nominación que circunscriba mediante la predicación del mismo, de manera genuina y reciproca, nuestra relación unánime con éste generoso y pródigo multiverso.

Y es esta desaforada encomienda, que surge de un evento connatural a los seres humanos, el de metaforizar casi instintivamente, según nuestro entrañable señor Borges, quien reconcilia a ese primer lector que es el ser humano en interacción con el mundo circundante y circundado, y define esa capacidad expresiva de reaccionar frente a los sucesos de ventura o desventura que configuran nuestras domésticas existencias, como la posibilidad de equipararnos con el universo, de querer ser tan “desmesurados” como él, a la hora de responder a sus también desproporcionados efectos:

"Cuando la vida nos asombra con inmerecidas penas o con inmerecidas venturas, metaforizamos casi instintivamente, queremos no ser menos que el mundo, queremos ser tan desmesurados como él"